Natacha tiene 4 años, nos la encontramos en el pasillo de Oncología. La ingresaban esa misma mañana. Un pañuelo de colores le cubría la cabeza, una mascarilla pequeña protegía su boca. Sostenía en sus brazos un gracioso peluche en forma de vaca con unos ojos brillantes y unas suaves orejas rosa.
Cuando Natacha vio a la Doctora Vacuna (nombre de mi payasa) sus ojos se agrandaron. Parecía que su animal preferido era esta especie de becerro vacuno a la que la doctora pertenecía. Le prometimos pasar más tarde y la niña asistió encantada.
Cuando llego el momento Natacha estaba sentada en la cama, jugaba a cepillar la larga cabellera de una muñeca. Su carita se iluminó al vernos y acordamos sacar a Señora Vaca (el nombre de mi marioneta bovina) para cantar la canción de la vaca lechera.
La nena al ver a la Señora Vaca danzar y hacer piruetas sobre mi brazo no hizo más que alargar las manitas para poder alcanzarla. Dudé un instante si sería conveniente para la niña que cogiera a la marioneta de guante que yo manejaba con mi mano izquierda, pero como no estaba aislada ni nos habían indicado que estuviera de recaída dejé que Señora Vaca acudiera a su encuentro.
Natacha, como si la conociera de toda la vida, la hace suya, le habla mirándole a la cara mientras le acaricia el lomo y le pregunta si quería seguir bailando o prefería dormir. De pronto se la acerca a su corazón y es entonces cuando a través de la piel de tela de la marioneta, puedo sentir los latidos de la nena, vibrando a través de mi mano izquierda, llegando directamente a mi onda vibracional. Y transmitiéndome una vitalidad y amor indescriptibles.
Admito que una vez en el vestuario lloré al recordar aquella magia, y doy de nuevo gracias por ello.
Laura Suñer (Doctora Vacuna)