En la Unidad de Trasplantes del Hospital La Fe de Valencia, un médico nos pidió poner especial atención con Félix, un niño oncológico de 5 años que estaba muy triste y deprimido. Llevaba mucho tiempo sin salir de su habitación aislada y en ese momento se encontraba con su mamá. Ese día me acompañaba la Dra. Zirujuana (Mariló Tamarit) y el enfermero Leucocito (Vicent Sanchis), que hacía sus primeros días de intervención. Cuando llegamos a su cuarto vimos que Félix estaba llorando, según dijo, porque la medicación que le estaban inyectando le hacía daño. La enfermera apurada, no entendía por qué. Viendo el estado del pequeño, nos pusimos manos a la obra. Después de presentarnos, la Dra. Zirujuana le dijo que hoy traíamos una canción de adivinanzas y él tenía que averiguar de qué animal se trataba, ya que los dos tontos que le acompañábamos no acertábamos nunca. Al comenzar la canción su madre comenzó a grabarnos. “Así luego os puede volver a ver” nos comentó. Al finalizar cada adivinanza Leucocito y el Dotor Max (el nombre de mi payaso) nombrábamos animales disparatados, que nada tenían que ver con el buen resultado. En ese momento, Félix entre sollozos decía el animal correcto y todos los presentes celebrábamos su buena respuesta. Con cada animal repetíamos el mismo procedimiento, hasta que el peque, en la cuarta adivinanza, ya había dejado de llorar.
Una vez acabada la canción, observé que la repisa de su ventana estaba repleta de aviones y naves espaciales súper chulas. Atraído por esa extraordinaria colección de juguetes, me acerqué y cogí uno. Sin ningún disimulo, me lo metí en el bolsillo diciendo: “Me encanta. ¡Me lo llevo!”. Enseguida, Zirujuana me llamó la atención. Me ordenó que la dejara diciéndome que no podía llevármela, ya que era de Félix. “Entonces – dije yo – me llevo este”. Dejando la anterior cogí otra nave espacial y me la volví a guardar en el bolsillo. “¡Noooo!”. Volvió a reñirme Ziru: “Ese también es de Félix”. Sorprendido, pero haciéndole caso, la dejé, pero acto seguido cogí una nueva. De esta forma, fuimos repitiendo la maniobra hasta que el niño se unió a la reprimenda de la payasa con el rugido del león que había practicado en la canción de las adivinanzas. Los sustos que me provocaba y las reacciones asustadizas de mi payaso, hicieron que Félix comenzara a reír cada vez más. Las risas del chiquillo cada vez eran más sonoras, y con los sobresaltos y aspavientos de Max salimos de la habitación huyendo de aquel “león” cada vez más furioso y tronchado de risa. Los llantos que encontramos al entrar se habían transformado en carcajadas. Una vez más, el poder del clown, la magia payasa y la eficacia de la escucha, habían forjado el prodigio. Al salir de la habitación nos miramos los tres fascinados.
Sergio Claramunt (Dotor Max Recetax)