Me encontraba con Asun (Enfermera Mina Mercromina) en el Hospital La Fe de Valencia. Estábamos realizando nuestra primera actuación en REA. En este servicio se encuentran aquellos pacientes que no se bastan por sí mismos para hacer frente a la vida. La mayoría necesitan aparatos médicos y cuidados especiales que les ayudan a mantenerla.
Mi compañera y yo estábamos en lo nuestro -cantábamos una nana a un bebé de poco tiempo- cuando un enfermero nos requirió para calmar a un paciente al que le hacían unas pruebas. Se trataba de un niño de tres años que reunía varios problemas de salud. Debía de estar quieto y calmado pero la realidad era bien distinta puesto que se mostraba inquieto y alterado. El malestar del niño había ido en aumento y dificultaba la tarea a los profesionales médicos. No pudiendo estos realizar su labor con total comodidad, requirieron nuestra presencia. Primero acudió mi compañera. Yo seguí cantándole al bebé. Estábamos en plena intervención y no era plan dejar a nuestro pequeño espectador a mitad de canción. Había que terminarla o darle fin sin sobresaltos. Cuando pude, me reencontré con mi compañera, me sume a ella y continuamos juntos. Desarrollamos una intervención ajustada a las necesidades del momento. El niño se mostró muy participativo en la medida de sus posibilidades. Tenía alguna dificultad para articular palabras y además apenas se escuchaba el fino hilo de su voz. Eso no impidió que volviese la calma a su cuerpo mostrándose muy atento a los títeres y demás recursos que empleamos con él. También dejaba hacer al equipo sanitario.
Al terminar la intervención, algo después de que los médicos finalizaran las pruebas, se nos acercó un enfermero que agradeció nuestra labor. Decía que era un regalo ver como el niño, a pesar de todo lo que le estaba pasando, sonreía, se calmaba e incluso había llegado a reírse. También hizo hincapié en que somos muy necesarios en espacios tan aislados como Reanimación donde la alegría está muy ausente.
Ventura Cano (Profesor Microscopio)